Lejos de querer ligar conmigo, la chica en cuestión era la encargada del local. Me ha costado darme cuenta, hasta que he visto su uniforme, que no tapaba unas botas de Zara de este mismo otoño.
"Se lo digo, porque voy a montar las mesas para un cumpleaños y le agradecería que se pusiese en el piso de abajo, si no le importa". Por un momento he pensado que estaba en un hotel de cinco estrellas, en lugar de en el icono de la comida rápida.
Obviamente, no he podido negarme. Le he dicho a mi hijo que le esperaba abajo y he mirado a mi alrededor. Donde hace apenas seis meses trabajaban un montón de inmigrantes -la mayoría latinoamericanos-, hoy jóvenes españoles de nacimiento y generaciones se ganan la paga que sus padres ya no les pueden dar o que ellos ya no se atreven a pedir. El chico que barría el local también era uno de ellos.
Parece que los españoles de nacimiento y generaciones volvemos a apreciar trabajos que antes despreciábamos. Y que sacarse un sueldo, con calefacción y aire acondicionado, ya es un lujo para muchos.
No se preocupen. En un par de años, se habrá dado la vuelta otra vez la tortilla. O, mejor dicho, la hamburguesa.
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